Umbrales José Manuel Berenguer
«Con la lengua cortada canta sangre sobre la piedra el ruiseñor en la muralla Octavio Paz. Cosante. La salamandra.»
Tras un largo día de intenso ajetreo, hace un rato que por fin descansas cómodamente en tu butaca favorita. En la televisión se suceden los encuadres de una película de la que no sabes el nombre, porque cuando llegaste ya había empezado. No importa qué cadena sea. Puede que a mitad de ese último plano largo, te hayas adormilado apenas unos segundos y estuvieras ensoñando que el leve sonido del viento virtual que emerge de los altavoces de tu televisor es el de la brisa real llevándote en brazos en tu efímero vuelo. El nivel de audio es suave y acariciador. A veces, hasta difícilmente perceptible. Al pasar por televisión, a muchas películas les ocurre igual : si en los pasajes de sonido débil conviene subir el volumen, porque si no, no te enteras de nada, cuando está fuerte es necesario bajarlo para que no atruene. Si así ocurre, el sonido de la emisión no está tratado de acuerdo a las características de los altavoces de tu monitor de televisión, mucho menos sofisticados que los del sistema de audio de cualquier sala de cine comercial. Ahora el nivel de sonido es bajo y los ojos se te han cerrado por un instante. Apenas te percatas de ello. Tus defensas están casi desactivadas. De repente, una única nota de guitarra eléctrica en sforzando fortísimo te devuelve al mundo de la vigilia. ¿Qué pasó? ¿Cambió súbitamente la trama? ¿Ocurrió alguna desgracia? ¿Se estropeó el televisor? En tu estado de sopor, con la intención de regular el nivel, disparas la mano a ciegas y sin éxito inmediato en busca del mando a distancia. En ese acto comprendes que ante ti ya no hay película que valga : lo que ahora oyes -y ves- es el anuncio del partido de Champions League del Málaga con el Panathinaikos. Está hecho con toda la mala idea para que el telepaciente pegue un salto en su butaca, especialmente si, como tú, dormita ante el televisor. Ahí tienes un signo elocuente del respeto que te guardan las empresas anunciantes, las publicitarias que concibieron la tortura y los dirigentes que permiten semejantes violaciones de la intimidad. Si el nivel de audio de las películas oscila según las necesidades de la trama, el de los anuncios es casi invariablemente fuerte. Fueron concebidos de esa forma para competir entre sí por nuestra atención y, aunque hay normas que regulan esas estrategias acústicas, la realidad es que parecería que nadie se muestra interesado en aplicarlas. A fin de entender el substrato psicofísico de esos excesos, ruidos, molestias, faltas de respeto y violaciones de la intimidad, necesitamos dejarlos a un lado por el momento y centrarnos únicamente en el límite misterioso donde los estímulos generan las sensaciones que afloran a la consciencia. Es el reino de los sonidos lejanos, los apenas perceptibles, los que viven en el ensueño, aquellos de los que no siempre tenemos plena seguridad de haber escuchado, los que surgen tímidamente del fondo y vuelven a perderse en el horizonte lentamente, aquellos que juegan al escondite sin más abrigo que los recovecos de la atención y la consciencia. Gustav Theodor Fechner fue un científico que, empeñado en estudiar el alma, se consagró al análisis de las sensaciones. Para ello desarrolló una serie de métodos y de conceptos que aún hoy en día empleamos en la evaluación de los umbrales de la percepción así como sus escalas. Indirectamente, porque en el seno de la psicofisiología muchas matizaciones y mejoras fueron planteadas al respecto de sus trabajos, a él se debe la mayor parte de los hallazgos que se describen a continuación. Se acepta comúnmente que, en términos generales, escuchamos sonidos con componentes de frecuencia distribuidos entre los 20 y los 20000 hercios. En realidad, paralelamente a que convendría matizar más esas cifras, porque percibimos vibraciones de presión con frecuencias inferiores a los 20 Hz y la mayoría de los adultos dejamos de oír tonos puros muchísimo antes de alcanzar los 20000, es importante comprender un oído sano es igualmente sensible a todos ese rango espectral. La mayor sensibilidad del oído humano tiene lugar para frecuencias entre 2000 y 4000 hercios. Una vibración periódica de forma sinusoidal que desplace el tímpano una distancia aún menor que la décima parte del diámetro de una molécula de hidrógeno es percibida por el oído humano siempre que se produzca en esa banda de frecuencias. No sería así, si el movimiento de ida y vuelta se diera a 50, 100, 500, 6000 o 10000 Hz. Para que experimentemos sensación de tono, la amplitud del movimiento de la membrana timpánica debe incrementarse a medida que nos alejamos de esa banda de frecuencias donde somos ultra sensibles. A mayor amplitud, mayor energía; por tanto, a medida que nos alejamos de esa zona ultrasensible, mayor energía se requiere para experimentar sensación de todo. Puesto que parte de los componentes espectralesii relevantes de la voz ocupan esa misma región, parecería que tal característica perceptiva resulta de un proceso evolutivo de adaptación. Aunque debe haber sido recíproco. La sensibilidad del oído se habrá adaptado al espectro de la voz, pero también habremos modulado el espectro de la voz en función de nuestras aptitudes auditivas. Por supuesto que en ese proceso habrán intervenido muchos otros factores, pero ¿tendría quizá sentido haber desarrollado el oído en su forma actual porque ello permitió escuchar la voz humana en la lejanía? ¿O fue así porque el mejor discernimiento entre la realidad lejana de las voces y los lamentos de fantasmas supuso una ventaja? El umbral donde los sonidos apenas se manifiestan a la consciencia o la abandonan es un dominio poco transitado por los moradores de las grandes ciudades, porque en esos espacios, a causa del alto nivel sonoro reinante, la profundidad de campo se aplana y los sonidos tienden a emerger bruscamente de la marea acústica para, también de súbito, zambullirse de nuevo y desaparecer así del alcance de la consciencia.